martes, 20 de mayo de 2014

Canarias, las Islas Afortunadas de la mitología

Como todos los martes, el espacio radiofónico "Carpe diem" aborda temas relacionados con la antigüedad clásica. En el día de hoy el tema seleccionado ha sido "Canarias, las Islas Afortunadas de la mitología". 


En la Antigüedad clásica se pensaba que existían unas islas paradisíacas y edénicas, llamadas Islas Afortunadas, que estarían ubicadas en unas coordenadas próximas a las actuales Canarias. 

En el escudo de Gran Canaria podemos ver dos canes
en recuerdo en  la abundancia de los mismos en la Antigüedad. 
Plinio el Viejo (23-79 d.C) en su Historia natural (VI, 37) nos describe ya en el siglo I algunas de las características del archipiélago canario y cita el nombre de las distintas islas que lo integran: Junonia (La Palma), Pluvialia (Gomera), Capraria (Hierro), Ninguaria y Nivalis (Tenerife), Canaria (Gran Canaria), Purpurarias (Lanzarote) y Planasia (Fuerteventura). Según este naturalista romano el nombre de Canaria se debía a la gran cantidad de canes que poblaban la isla.

También Plutarco (50-125 d.C.) nos describe en su obra Vidas paralelas ("Sertorio y Eumene", 8) la belleza de las citadas islas:

"Allí, unos marineros diéronle (a Sertorio) noticias de las islas Atlánticas, de las que acaban de llegar. Estas son dos, separadas unas de otras por un estrecho brazo de mar, distan de África diez mil estadios y se las denomina Afortunadas.

Las lluvias en ellas son suaves y escasas, pero los vientos, apacibles y provistos de rocío, hacen que aquella tierra, blanda y gruesa, no sólo se preste al arado y a las plantaciones, sino que espontáneamente produzca frutos que por su abundancia y buen sabor basten para alimentar sin trabajo a aquel pueblo descansado......Tales beneficios han creado la opinión de que aquellas islas son los Campos Elíseos, aquella mansión de los bienaventurados que tanto celebró Homero en su obra".

Bibliografía.

Llopis Toledo L.I. y Sánchez Elvira, F.: "Las Islas Afortunadas", Atrium. Cultura clásica. Editorial Vicens-Vives, 2009, pág. 95

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