martes, 8 de mayo de 2012

¿Cuánto vale un hallazgo arqueológico?


Cuando hablo de arqueología en clase con mis alumnos y les muestro imágenes de importantes hallazgos como los objetos de la tumba de Tutankhamon, los guerreros de Xiam o el tesoro del Carambolo, siempre me hacen la misma pregunta: ¿y cuánto valen?
A mí,  me sale la respuesta típica de una profesora de Historia: “cualquier objeto tiene un valor incalculable”;  y entonces me doy cuenta de que ya he “metido la pata”, porque la siguiente pregunta es: “entonces, si yo excavo y encuentro algo, ¿me hago rico? Y ahora mi problema es hacerles comprender que el valor incalculable es porque se trata de objetos únicos, que nos transmiten un montón de información y nos trasladan a épocas pasadas, no por lo que cuestan en el mercado. Les intento hacer comprender que para los historiadores y arqueólogos  es igual de  importante e interesante encontrar una olla con monedas de oro, que un fondo de cabaña con restos de cerámica. Me resulta muy difícil que entiendan que  uno de los mayores peligros que amenazan  a los yacimientos arqueológicos son los “cazadores de tesoros”, los furtivos,  aquellos que sólo buscan piezas espectaculares o valiosas para venderlas de forma ilegal y sacar un beneficio económico. Porque cuando se excava sin  conocimiento, se destruye para siempre toda la información que nos podía transmitir ese yacimiento. Les explico que lo correcto es informar de cualquier hallazgo a las autoridades competentes, para proteger el lugar y proceder a su excavación  y que la administración les pagará por el hallazgo un precio  ¿justo?
Menos mal que mis alumnos, para desgracia de todos,  apenas escuchan las noticias ni leen la prensa, porque si no, todo mi alegato por hacer las cosas bien caería en saco roto. Veréis por qué digo esto, el pasado 2 de mayo se daba la noticia de que  el Tribunal Supremo obligaba  a la Junta de Andalucía a pagar a los descubridores de la necrópolis del Paraje del Monte Bajo (Cádiz) por el valor justo del yacimiento.  Voy a explicaros…
En el año 2004,  Diego Gil Birues de Segovia pescando en la presa del pantano de Barbate en Alcalá de los Gazules, encontró un cuenco de cerámica que parecía muy antiguo y se lo llevó a casa. Al día siguiente volvió con su mujer  Manuela Lago López  y encontraron varias  vasijas de cerámica y cuchillos de sílex en una zona que había quedado descubierta al bajar las aguas del pantano tras varios años de sequía.
Se lo comunicaron al Ayuntamiento y a la Delegación de Cultura y un arqueólogo se desplazó al lugar, parecía tratarse de una sepultura de la Edad del Cobre.

Manoli y Gil se entusiasmaron con el hallazgo. Allí estaban las huellas de las gentes que habitaron aquella zona en el tercer milenio antes de Cristo. Tal vez fueran los que dejaron sus pinturas en las cuevas del Tajo de las Figuras, en Benalup, donde ellos vivían. ¿Cómo no emocionarse al tocar sus objetos, al observar la estructura que había salido a la luz al descender las aguas del pantano?
Su hallazgo desencadenó una intervención arqueológica de la Universidad de Cádiz en la que Manoli y Gil participaron como voluntarios, dando lugar finalmente,  a la localización de otras sepulturas y al descubrimiento de la Necrópolis del Paraje del Monte Bajo con restos funerarios de hace más de 5.000 años, lo que constituye uno de los yacimientos más importantes de la provincia.
Se descubrieron cuatro tumbas megalíticas colectivas, dos de corredor y dos galerías, que abarcaban un largo periodo de tiempo desde la Edad del Cobre hasta principios del Bronce, ya en el Segundo milenio. Gracias a su excavación se pudieron extraer conclusiones muy interesantes sobre el ritual de enterramiento y los ajuares que los acompañaban. Los descubridores se sintieron orgullosos y contentos de haber participado en la excavación, pero la decepción llegó después, cuando sintieron que los dejaban de lado, que no les reconocía su papel en el descubrimiento de la necrópolis y que en Cádiz, en la presentación de los restos arqueológicos,  ni siquiera los miraban. La Junta les despachó con 1000 euros, cuando según la Ley de Patrimonio Histórico, el descubridor y el propietario del lugar deben recibir, en concepto de premio en metálico,  la mitad del valor que en tasación legal se le atribuya, que se distribuirá entre ellos por partes iguales.
         En principio la Junta quería pagarles sólo por el valor de los objetos encontrados, no de toda la necrópolis, finalmente, este mes el Tribunal Supremo les ha dado la razón. El valor de la necrópolis había sido tasado en 15.800 euros y al matrimonio, por tanto, les correspondía la mitad, 7.900 euros.
       Lo grave de esto es que dos personas cuyo comportamiento ha sido ejemplar en relación con el patrimonio hayan tenido que  litigar,  llegando hasta el Supremo para obtener una indemnización adecuada ante un descubrimiento arqueológico realizado. No es de extrañar que en España asistamos a un expolio furtivo generalizado de nuestro patrimonio arqueológico, si sale más rentable “robar” que “descubrir”  y más ahora en tiempo de crisis.

     Si queremos salvar el patrimonio, debemos ser justos y reconocer  y compensar el enorme valor que tiene todo hallazgo arqueológico.
Elena Toribio

Fuentes bibliográficas consultadas:

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