viernes, 3 de febrero de 2012

"El descubrimiento de España": recuerdos de un escritor peruano.

Muchos años después, ante un lienzo de Sorolla o en alguna de las playas de Huelva, recordé que la serena mirada de la madre Paloma fue para mí la primera sensación azul de España. Pero entonces contaba cuatro años y ni siquiera tenía noción de la existencia de mi propio país. Sólo sabía que la madre Paloma tenía los ojos más bonitos del mundo y que hablaba muy raro.
En realidad, me encantaba escuchar cómo llamaba “sacapuntas” al tajador y “goma” al borrador, pero lo más hermoso venía cuando tomaba mi mano y me enseñaba a trazar los redondos perfiles de las letras. Todavía reverbera en mi memoria el cálido arrullo de su voz, pues sólo en los cuentos narrados por la madre Paloma los zorros sonaban como zorros y las canastas se convertían en cestas.
Sin embargo, no supe que era española hasta que un lunes por la mañana mi madre me dijo: “Cuando llegues a la clase, dile a la madre Paloma que ayer comiste callos a la madrileña”. A mí de primera impresión me entraron unas náuseas espantosas, pues yo creía que los callos sólo eran esos ásperos pellejos que mi padre se rebanaba de los talones con el esmero de un cirujano. Así que fue un alivio saber que los callos en España no eran otra cosa que el mondongo, una tripita muy rica que en mi casa guisaban para preparar cau cau, y desde aquel domingo también callos a la madrileña. ¿Pero por qué “callos” y encima “a la madrileña”?
Mamá me explicó que la madre Paloma había nacido en otro país que se llamaba España y donde hablaban el mismo idioma que nosotros, sólo que a veces empleando distintas palabras. Luego me dijo que así como Lima era la capital del Perú, Madrid era la capital de España, pero a mí ya no me interesaban las cuestiones geográficas sino las lingüísticas. ¿Cómo llamaría la madre Paloma a los callos de los pies? A lo mejor mondongo.

(Fernando Iwasaki Cauti, El descubrimiento de España).

Como ya hemos hecho en más de una ocasión ofrecemos desde la materia de Proyecto Integrado de Comentario de Texto, ejercicios que hayan caído en Selectividad no sólo en Andalucía sino en otras comunidades. El texto elegido para esta ocasión corresponde a la opción B de la PAU que cayó en la Comunidad de Madrid en el curso 2008-2009. A continuación tenéis el Resumen, el Tema, la Estructura y un modelo de Comentario Crítico. Hay que añadir que en el Comentario Crítico de este texo de Iwasaki, se ha intentado abordar un problema lingüístico (las variedades diatópicas) de la manera más sencilla posible, sin profundizar en las diferencias entre el español de España y el de América, pues recordemos que todo comentario crítico debe huir de la teoría, ya sea de Lengua o de Literatura, y debe acercar a nuestra realidad el tema planteado, después de un proceso de reflexión.





RESUMEN. A partir de la contemplación de un cuadro del pintor Sorolla o de las playas onubenses, Fernando Iwasaki Cauti rememora su infancia y recuerda las primeras impresiones que de niño tuvo de España. La madre Paloma y sus hermosos ojos, y las diferencias léxicas entre el español de América, en este caso de Perú, y el peninsular son los recuerdos más intensos que de esta etapa guarda el escritor.
TEMA. Las diferencias diatópicas en los recuerdos infantiles de un escritor peruano.
ESTRUCTURA. Desde el punto de vista estructural, este ensayo no se ajusta a la organización de un texto argumentativo y por tanto no presenta ni una tesis ni unos argumentos. Se trata más bien de un ensayo muy literario, en donde podemos encontrar en primer lugar una Introducción, que correspondería al primer párrafo, en donde Fernando Iwasaki plantea el punto de partida de sus recuerdos infantiles: la observación de un Sorolla o de la costa de Huelva le retrotraen a su más tierna infancia, a la época en la que no era consciente del país en el que vivía y en donde la madre Paloma ejercía una poderosa atracción por sus bellos ojos y por su forma de hablar. A partir de aquí, nos encontramos con lo que podríamos considerar el Desarrollo del texto, en el 2º y 3er párrafo, pues el autor de El descubrimiento de España, se centra en las diferencias léxicas, en este caso diatópicas, que le llamaban la atención de pequeño entre el español de la madre Paloma (el peninsular), y el español de América (el de su Perú natal). Finaliza el texto, en el cuarto párrafo, en donde a modo de Conclusión, Iwasaki recuerda cómo su madre trataba de solucionar las dudas lingüísticas que asaltaban al pequeño Fernando cuando no alcanzaba a comprender que “callos” y “mondongo”, en la acepción aplicada a la comida significaban lo mismo.



COMENTARIO CRÍTICO. En este precioso ensayo perteneciente al libro El descubrimiento de España, el narrador, ensayista, crítico e historiador peruano Fernando Iwasaki Cauti nos presenta desde el punto de vista de un niño un problema lingüístico, que no es otro que el de las diferencias geográficas o diatópicas entre el español peninsular (representado en la forma de hablar de la madre Paloma) y el español de América, en este caso de Perú (representado en la figura de su madre y de él mismo en su infancia). Si las diferencias diatópicas son evidentes dentro de nuestra propia nación, incluso dentro de una misma comunidad y provincia, obviamente lo serán aún más al otro lado del Atlántico. Por tal motivo, tales distinciones llaman la atención del pequeño Fernando que no llega a comprender, en su inocencia, cómo la palabra “callos” mantiene inalterable el significante o la forma pero varía por completo en el significado o el contenido.


Las diferencias diatópicas han hecho precisamente que en el español de Perú se utilice para la voz “callos” solo una de las acepciones (la 1ª) que el término polisémico tiene en el español peninsular: “dureza que por presión, roce y a veces lesión se forma en tejidos animales o vegetales”, es decir, “los callos de los pies” de toda la vida. Pero el problema semántico se le complica aún más, al joven Iwasaki cuando establece la comparación entre dos significantes distintos: “callos” y “mondongo”. Y así se cuestiona: “¿Cómo llamaría la madre Paloma a los callos de los pies? A lo mejor mondongo”. Claro, y aquí viene lo divertido del caso, en el español de Perú “mondongo”, se utiliza con el mismo significado que tiene en español peninsular (tripas, trozo de intestino o de panza de la ternera, vaca o cordero), mientras que “callos” solo se utiliza en una de sus acepciones (dureza de los pies) Sin embargo, en el español peninsular se establece una relación de sinonimia entre una de las acepciones del término “callos” (pedazos del estómago de la vaca, ternera o carnero, que se comen guisados) y la primera acepción que el DRAE tiene de “mondongo”, mientras que esta relación semántica es inexistente en el español de Perú. Pero traslademos el mismo caso a nuestra realidad más cercana: ¿acaso a muchos andaluces no nos resultaría raro comer “mondongos con garbanzos” cuando es de lo más habitual en otras zonas de España como, por ejemplo, Murcia? ¿Quién de nosotros va a la carnicería a pedir “mondongo” para hacer un guisito? Me parece que muy poquitos, yo al menos no lo he hecho nunca, porque el término “mondongo” tiene un significado y una serie de connotaciones que para mí y para muchos andaluces son totalmente diferentes. Por tanto, en parte de Andalucía la sinonimia entre callos y mondongo no se establece, como tampoco sucede en el español de Perú.


Como se puede comprobar la lengua es una realidad viva y cambiante, y es el léxico el nivel más permeable o afectado en este sentido. Por eso el chico se maravilla cuándo la madre Paloma llama ”sacapuntas” al “tajador” (que en el español peninsular se utiliza con el significado de cuchilla o raspador y de plato de madera para las matanzas), o “goma” al “borrador” (término que es sinónimo de “goma” en la 6ª acepción que de esta voz nos da el DRAE en el español peninsular). En definitiva, no tenemos que cruzar el charco para observar las diferencias geográficas o diatópicas porque dentro de nuestra propia nación, comunidad y provincia ya la podemos encontrar como dije antes: “guisante” por “chícharo”, “jurel” por “chicharro” o “japuta” por “palometa”....... Como el pequeño Iwasaki, yo también me maravillo cuando observo que dentro de mi propia provincia, la de Cádiz, las diferencias con el Campo de Gibraltar son a veces muy peculiares y ello demuestra la riqueza y variedad de nuestro léxico. Y así el “níspero” es la “merla”, que en el DRAE es sinónimo de “mirlo” y no tiene nada que ver con el fruto; los “bolindres” o las “canicas” son los “meblis”, voz que no está recogida en el DRAE (¿acaso por una influencia del “llanito”?, la verdad es que no lo sé); las "gaviotas” son “pavanas”, hermosísima palabra que en el DRAE significa “danza española, tañido de esa danza o especie de esclavina” (desde luego nada parecido a un pájaro); el "pez de espada" es la "aguja palá"; las "niñas en cuero" (como las llamana en Jerez) son las "fanecas"; y el término “mondongo” se emplea para expresar que una persona tiene “cachaza”, es decir, “desvergüenza, descaro” o que es “tranquila”, pero nunca para hacer referencia a las tripas o parte del estómago o panza. En definitiva, las diferencias diatópicas son imparables e inevitables y son exponente de que la lengua es una entidad viva en continua evolución. Dichas diferencias no nos separan, sino que nos enriquecen al fin y al cabo, aunque en muchos casos los hablantes no entiendan algunos términos y expresiones o las interpreten de modo diferente: el verbo "coger", por ejemplo, se carga en el español de América de una connotación erótica que no tiene en el español peninsular, y seguro que un peruano no entendería ese famoso chiste del genial Paco Gandía que hablaba de la "mandanga", del "mandinga", y del .........

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