lunes, 28 de noviembre de 2011

Música en las capillas catedralicias del siglo XVI





En el siglo XVI o época del Renacimiento musical, se desarrolla la música instrumental como género independiente de la vocal aunque podemos decir que la característica más importante de la música de este periodo es la polifonía y más concretamente la polifonía religiosa, que tuvo una creciente difusión debido al nacimiento de la imprenta musical permitiendo la expansión de un estilo internacional común en toda Europa, incluso en las colonias españolas de América. Las formas litúrgicas más importantes fueron la misa y el motete.
Este siglo fue el Siglo de Oro de la música española y en especial andaluza, impulsada por el creciente poderío económico derivado del descubrimiento de América y de la conquista del Reino de Granada por los Reyes Católicos, que hacen posible el establecimiento de las diversas catedrales y sus respectivas capillas musicales. Sevilla se convirtió, como sede de la cabecera del comercio con las Indias, en uno de los centros musicales de mayor importancia, sobre todo a partir de 1506, fecha en la que quedó concluida la nueva catedral. Sevilla contó con notables artistas, unos como maestros de capilla, otros como compositores y otros como organistas. La música religiosa tuvo en esta catedral su gran escenario y de su grandiosidad quedan espléndidos testimonios en su archivo musical. De entre todos los compositores renacentistas sevillanos de polifonía religiosa voy a destacar a Cristóbal de Morales. Este sevillano fue el primer representante de la Escuela Andaluza; el segundo lo fue Francisco Guerrero, discípulo de Morales.
Casi todos los grandes maestros de polifonía del siglo XVI, fueron maestros de capilla de las más importantes catedrales españolas. Si bien también hubo capillas en las cortes de reyes y príncipes y en los palacios de los nobles, lo cierto es que tuvieron mayor relieve los músicos que trabajaban en las capillas catedralicias. La palabra capilla deriva del latín medieval "cappa", y con ella se denominaba al espacio del templo donde ensayaban los músicos y, por extensión, al conjunto de músicos encargados de cantar o tocar, con todo el acompañamiento de libros corales, instrumentos, vestimenta, distintivos, al servicio de una iglesia o corte.
Las capillas catedralicias estaban regidas por un maestro de capilla, principal responsable de la misma, entre cuyas obligaciones debía cuidar e instruir a los niños cantores, componer la música necesaria para el culto divino, dirigir el coro o presidir las oposiciones de otras plazas de músicos. Los puestos de maestro de capilla se cubrían por oposición o contratación. En las oposiciones debía demostrar capacidad técnica contrapuntística e inventiva, componiendo un motete y un villancico. La capilla contaba con un grupo de voces adultas, los llamados "veinteneros", dado su agrupamiento, que eran en su mayoría clérigos. Para la entonación de la música gregoriana estaba el "chantre". Los cantores se dividían en diferentes cuerdas: triples, contraltos, tenores y bajos. Los triples eran adultos con ese timbre o castrati. Los contraltos eran los niños y entre estos, estaban los mozos de coro y los seises. Los mozos de coro debían pasar un examen de doctrina cristiana, lectura y escritura y ayudar en la misa. Los seises solían ser seis, a los que el maestro mantenía en su casa y eran el elemento más preciado de la capilla y en ocasiones se reclutaban lejos. El organista tenía las funciones de acompañar la salmodia en la liturgia, utilizar el instrumento como solista en las grandes celebraciones y dar clases de tecla a los miembros de la capilla. También era necesario un “entonador” para mover el fuelle. Los ministriles comenzaron a incorporarse a mediados del siglo XVI y todos eran de viento (flautas, chirimías, sacabuches, bajones, cornetas). En siglos posteriores se incorporaron las cuerdas.
Entre 1545 y 1563, coincidiendo con el reinado en España de Carlos V y Felipe II y con varias interrupciones, se convoca y desarrolla uno de los Concilios más importantes de la historia, en la ciudad de Trento, al norte de Italia. El objetivo de estas reuniones fue principalmente el de reformar la Iglesia católica como reacción a la reforma luterana y esto se verá reflejado en la música. El Concilio criticó la polifonía compleja que impedía la correcta audición de las palabras, los ruidosos instrumentos dentro de la Iglesia, la mala pronunciación y mala preparación en general de los cantores en las capillas eclesiásticas y la excesiva presencia del espíritu profano en las obras religiosas (utilización de melodías profanas, misas parodiadas, etc.). Por ello se establecieron una serie de normas en cuanto a polifonía religiosa: se ha de mantener el uso del latín en los cantos, se prohíben los instrumentos, excepto el órgano, se prohíbe el uso de melodías profanas dentro de la Iglesia y se prohíbe el uso de contrapunto complejo ya que impide la comprensión del texto sustituyéndose por la homofonía y contrapunto imitativo simplificado. En este contexto se desarrolla la Escuela Romana, ya en el Renacimiento pleno, con Giovanni Pierluigi da Palestrina a la cabeza y su discípulo español, Tomás Luís de Victoria.
A pesar de que Palestrina se mostró siempre insatisfecho con las reformas de la liturgia sacra dictadas por el concilio de Trento, las cuales convirtieron en no canónicas a algunas de sus misas y otras obras salpicadas de textos profanos ajenos al texto oficial, terminó sus días en el cargo creado para él de “Compositor de la Capilla Papal”. Por otra parte, Palestrina es visto como el autor más representativo de obras polifónicas ajustadas a las nuevas exigencias de la Contrarreforma. De sus 104 Misas, más de 70 están compuestas sobre el cantus firmus de melodías gregorianas. Quizás la mejor de ellas sea la Missa Papae Marcelli la cual lo más probable es que fuera compuesta para celebrar la elección de Marcelo II como papa en 1555. La leyenda afirma que a Palestrina se le aceptó su hábil polifonía en contra de sus oponentes en el Concilio, que defendían la pureza y claridad del canto llano, gracias a la composición de esta misa. La obra del compositor, escrita en su mayor parte a seis voces, fue escuchada junto con otras, como ejemplo de que las palabras podían resultar perfectamente inteligibles en un contexto polifónico, aun tratadas en los estilos musicales más floridos.
El Kyrie de esta misa que estamos escuchando, es un claro ejemplo del estilo de Palestrina, un estilo transparente donde no se producen saltos difíciles en sus líneas melódicas. El Kyrie comienza en contrapunto imitativo. El Christe eleison se presenta en homofonía, con las voces emparejadas de dos en dos, evolucionando hacia una textura homofónica más plena, para terminar con el Kyrie final de nuevo en contrapunto imitativo. La melodía es diatónica, el tempo lento marcando claramente las cadencias y tiene forma ternaria: ABC. Posteriormente escucharemos los motetes Ave María de Tomás Luís de Victoria y Lamentabaur Jacob de Cristóbal de Morales.

Celia Bueno

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